Ixchel (Rapunzel a la tortrix)

IXCHEL
Había una vez un matrimonio que llevaba tiempo visitando la Iglesia de la merced en la Antigua Guatemala, pidiendo a Dios tener un hijo, y por eso la esposa creyó que muy pronto se lo concedería.
Un día estaba la mujer asomada a el balcón de su casa cuando fijó la vista en la casa de al lado. Era una venta de dulces típicos, lleno de todos los dulces que puedes imaginar, pero a la que nadie se atrevía a entrar a comprar porque la dueña era una malvada hechicera. El caso es que de entre todos los dulces que había ella se quedó hipnotizada por el aroma del mazapán y empezó a sentir una terrible necesidad de probarlos. Tal fue esa necesidad, que comenzó a entristecer.

- ¡Me dará el patatush si no pruebo el mazapán de la tienda de la bruja!, le dijo a su esposo.

Como su esposo la amaba mucho, decidió arriesgarse e ir a la tienda de la bruja.

Volvió a casa con el mazapán y su mujer se los comió ansiosa. Pero al día siguiente le pidió más. Aunque el hombre sabía que era peligroso, no podía negárselos. De modo que volvió a ir a por más mazapán. Pero esta vez la bruja lo vio...

- ¡Que dé a petate? ¿Cómo te atreves a robarme mi mazapán? En todo caso te lo dejo a choca

- ¡Perdón, de verdad, perdón! ¡Vos no me hagas nada malo por fa!

- Te dejaré ir, pero tendrás que cumplirme un trato. Tendrás que darme el hijo de tu mujer en cuanto nazca.

El hombre estaba tan atemorizado que ni siquiera lo pensó y contestó que sí.

Pasado un tiempo la mujer dio a luz a una hermosa patojita, a la que le pusieron de nombre Ixchel.

Cuando la patoja cumplió los doce años la bruja se la llevo por la noche hasta Petén sin que se diera cuenta, la encerró en una de las pirámides más altas de El Mirador. En ella no había ni puerta, ni escaleras, sino tan sólo una pequeña ventana. Por lo que cada vez que la bruja quería subir gritaba:

- ¡Ixchel, deja caer tus tejidos!

Y la princesa descolgaba sus largos y finísimos tejidos de variados colores por la ventana para que la bruja trepara por ellos.

Un día, estaba la joven cantando desde lo alto de la pirámide cuando el hijo de un señor muy poderoso de Guatemala, que pasaba por allí la escucho. Quedó hipnotizado por una voz tan dulce pero por más que miró por todos los rincones no acertó a saber de dónde procedía.

Volvió todos los días durante una semana a El Mirador en busca de esa delicada melodía cuando vio a la bruja que se acercaba a la pirámide y llamaba a Ixchel para que le lanzara sus tejidos. Por lo que el joven esperó a que la bruja se fuera para hacer él lo mismo:

- ¡Ixchel, deja caer tus tejidos!

E Ixchel descolgó por la ventana su larga obra de distintos y hermosos colores.

La joven se asustó mucho cuando lo vio aparecer en la pirámide, pero rápidamente entro en confianza con él y estuvieron muy a gusto hablando. El joven le contó la historia de cómo había llegado hasta allí y le preguntó si estaría dispuesta a casarse con él. Ixchel aceptó encantada porque pensó que el joven la cuidaría mucho y la haría muy feliz.

Todas las noches el joven iba a ver a Ixchel en secreto sin que la bruja supiera nada.

Pero un día, cuando Ixchel ayudaba a la bruja a subir, sin querer dijo:

-¿Cómo es que tanto me cuesta subirla? El joven guapo sube en menos de un minuto.

- ¿¡Qué!? Así que me has estado engañando, eh?
Y la bruja estaba tan furiosa y tan enfadada que agarro unas tijeras, cortó el largo tejido de Ixchel, que tanto tiempo y esfuerzo le había costado, y la mandó a un lugar muy muy lejano.

Al día siguiente cuando el joven regresó para ver a su amada y le pidió que lanzara los tejidos, la bruja lo esperaba en la pirámide. Soltó la obra de Ixchel por la ventana y cuando el príncipe llegó a la pirámide se encontró con ella.

-¡Nunca volverás a ver a Ixchel!, y diciendo esto la bruja soltó un maleficio que lo dejó ciego.

El joven estuvo mucho tiempo perdido por el bosque, pues no encontraba el camino de regreso a donde se hospedaba, cuando un día llegó al lejano lugar en el que encontraba Ixchel. Ella lo reconoció al instante, corrió a abrazarlo y no pudo evitar soltar una lágrima cuando vio que estaba ciego por su culpa.

Pero fue esa lágrima la que rompió el hechizo y devolvió la visión al joven, juntos volvieron a la capital y vivieron felices por siempre.

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